jueves, 2 de octubre de 2008

COMUNICADORES SEGUN SAN PABLO

Hay una realidad que nos identifica: somos cristianos. Desde esta experiencia de fe ejercemos nuestra tarea de comunicadores, partícipes de la tarea evangelizadora de la Iglesia.
A la luz de la figura de San Pablo, el apóstol-comunicador, de quien estamos celebrando el bimilenario de su nacimiento, veremos nuestra misión y reflexionaremos sobre ella para ser fieles a nuestra vocación.
La vida cristiana comienza con una experiencia de encuentro. En el camino de la vida y en nuestra propia historia personal, Dios se hace presente, invitando, seduciendo, comprometiendo...
La conversión de Pablo que nos narran los Hechos (9,1-19) muestra la realidad transformante de una experiencia que cambiará radicalmente la vida de Saulo de Tarso, perseguidor de los cristianos, para convertirlo en el Apóstol de los Gentiles. La ceguera en la cual se encontraba vio brillar, por la fe, una nueva luz.
Jesús lo llamó a participar de su misión. Pablo mismo reconocerá ésta misión como una vocación: “...elegido para anunciar la Buena Noticia” (Rom 1,1).
También nosotros nos sentimos urgidos por el mandato del Señor: "Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación" (Mc. 16,15). Y para cumplir esta orden contamos con más medios que con los que contó Pablo. Hoy las cartas, la predicación, los viajes –métodos usados por el Apósotol para evangelizar- se nos hacen fáciles, rápidos, atractivos e influyentes a través del uso de los poderosos medios de la comunicación social, y hemos recibido dones, talentos, aptitudes que nos capacitan para acercar al hombre de hoy el mensaje de Jesucristo con el lenguaje y los medios modernos con los que nos comunicamos en la actualidad. Son dones que el Espíritu Santo distribuye, según nos los enseñó el Apóstol: “El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro la ciencia para enseñar. A éste el don de curar, a uno el don de la profecía, a otro el don de lenguas...” (cfr. 1 Cor 12, 8ss). Sin olvidar claro está, que el don más precioso al que debemos aspirar es el don del amor...porque sin amor no soy nada. (cfr. 1 Cor 13).
De nuestro singular modo de comunicar dependerá de que la palabra proclamada, escrita o proyectada pueda tener cabida en el corazón del hombre. Nuestro lenguaje directo, claro, dinámico, adaptado al auditorio o audiencia, hará accesible el mensaje del Señor a aquellos a quienes se los comuniquemos.
Claramente dice San Pablo: “Si yo fuera a verlos y les hablara con un lenguaje incomprensible, ¿de qué les serviría si mi palabra no les aportara ni revelación, ni ciencia, ni profecía, ni enseñanza? Sucedería lo mismo que con los instrumentos de música, por ejemplo la flauta o la cítara. Si las notas no suenan distintamente, nadie reconoce lo que se está ejecutando. Y si la trompeta emite un sonido confuso, ¿quién se lanzará al combate?. Así les pasa a ustedes: si no hablan de manera inteligible, ¿cómo se comprenderá lo que dicen? Estarían hablando en vano. Si ignoro el sentido de las palabras, seré como un extranjero para el que me habla y él lo será para mí” (1 Cor 14,6-11).
Hemos recibido un mandato. Nuestro apostolado es una vocación. Fuimos llamados por Jesús, y la Iglesia nos envía con esta misión. Sintamos hoy en lo profundo del corazón que hemos sido elegidos y capacitados para realizar esta tarea. La Iglesia confirma esta elección divina, alentándonos y dándonos el lugar que tenemos, para que difundamos con dignidad y competencia la Palabra de Dios a través de aquello que escribimos, decimos o mostramos.
Nuestra difícil, comprometida y apasionante misión nos exige un conocimiento acabado de la realidad a la que hemos de anunciar el Evangelio, a la que hemos de impregnar con los valores evangélicos. Nuestra cambiante cultura nos exige estar al tanto de las situaciones que se presentan para dar respuesta desde nuestra fe. No podemos pues vivir un espiritualismo que nos aísle, sino que, con el corazón firme en el Señor hemos de caminar con firmeza las realidades del mundo, con juicio crítico y capacidad de comprensión, tolerancia y diálogo.
Este es el celo apostólico que impulsó la misión de Pablo: “Siendo libre me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible. Me hice judío con los judíos para ganar a los judíos; me sometí a la Ley a fin de ganar a los que están sometidos a la Ley. Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo con todos, para ganar al menos a algunos, a cualquier precio” (1 Cor 9, 19-22).
Por ser tan importante nuestra tarea –misión recibida del Señor e impulsada por la Iglesia- no podemos comunicar de cualquier manera. Debemos apuntar a la excelencia en la comunicación católica. Nuestro estilo de comunicar debería ser modélico. Allí mostraremos la dignidad y riqueza de la Palabra de Dios.
“Trata de ser un modelo para que los creen, en la conversación, en la conducta, en el amor, en la fe, en la pureza de vida. No malogres el don espiritual que hay en ti. Vigila tu conducta y tu doctrina. Si obras así, te salvarás a ti mismo y salvarás a los que te escuchen” (cfr. 1 Tim 4,12-16).
Por eso hemos de buscar cada día capacitarnos para utilizar debidamente la palabra, la escritura, la imagen e incluso las nuevas tecnologías. El comunicador católico debe estar capacitado técnicamente para esta tarea que le exige una constante creatividad puesta al servicio del Reino. Debemos generar ideas originales, entretenidas, capaces de llegar al corazón de nuestro interlocutor y transformar su vida con el poder vivificador del Evangelio. Los más jóvenes deben buscar alcanzar una preparación terciaria o universitaria en este campo. Nos faltan profesionales consagrados a vivir este apostolado con convicción, coherencia y calidad profesional. Nos falta muchas veces la necesaria astucia de la que hablaba Jesús desafiándonos a la evangelización.
Claro que no basta la preparación técnica. No sólo hay que adquirir un buen lenguaje, tener una buena voz, escribir correctamente o mostrarse de forma adecuada en los medios audiovisuales. Hay que tener algo que decir. De allí que sea tan importante la formación doctrinal. Y esta es una formación permanente. Hoy día no basta haber hecho un curso bíblico, o un seminario de catequesis, ni siquiera ser profesor de teología...Cada día debemos leer, estudiar, investigar, para "dar razones de nuestra fe", como nos dice San Pablo. Debemos fundamentar la verdad que proclamamos. La Iglesia en su larga tradición magisterial tiene elaborados infinidad de documentos que argumentan sus dogmas y su moral. Nosotros debemos ir siempre a esas fuentes. No podemos ser "opinólogos" –como tantos presentes en los medios-. Cada tema que tratamos debe ser tratado con responsabilidad, pues estamos comprometidos con la Verdad.
Al ejercer nuestra tarea, estamos poniendo sobre el candelero nuestra luz, la luz de Jesús. Son nuestras buenas obras las que deben alumbrar para que los hombres al vernos actuar puedan creer, -como nos ha enseñado el mismo Jesús-. Pero qué difícil es estar tan expuesto en un medio de comunicación, transformado hoy en vidriera del mundo, sin opacar a quien es la Luz verdadera.
“Nosotros somos la fragancia de Cristo al servicio de Dios” (2 Cor, 13,15)
Un pecado en el que podemos caer como comunicadores es la falta de humildad. "Aparecer" en un medio nos pone en un lugar destacado. No siempre estamos preparados para esta exposición pública. Por ello, la humildad modera el apetito que tenemos de la propia excelencia, contrarresta la soberbia, el orgullo, la vanidad. Si no somos concientes, como Juan el bautista, de que sólo somos la voz de quien es la Palabra, nos enceguecerán los aplausos y halagos que a menudo recibimos de nuestros interlocutores. Es verdad que alienta nuestra tarea el saber que nuestros receptores reciben nuestro mensaje con agrado, pero siempre estará el riesgo de querer "aparecer". Allí sería infecundo nuestro apostolado y quedaría trunca la evangelización, pues apareceríamos nosotros y no Jesucristo, corriendo incluso el riesgo de acomodar el Mensaje para "quedar bien" con quienes nos escuchan o leen.
Pablo nos da el ejemplo: “Cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y de Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación presuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2, 1-5)
Esta reflexión nos hace deducir que sólo los Santos evangelizan, pues el verdadero anuncio ha de realizarse con la palabra y el ejemplo.
Pensar en nuestra identidad como comunicadores católicos es pensar en nuestro singular camino de santidad, que San Pablo nos traza en un texto que es verdadero programa de vida para el comunicador católico:
“Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con lo que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal. No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rom 12, 14-18.21)
Este es el camino de la conversión constante en el cual debemos estar. El comunicador católico es un ser “animado por el Espíritu” (cfr. Rom 8,9) que no tiene como modelo a este mundo... sino que vive transformándose interiormente renovando su mentalidad para poder discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (crf. Rom 12,2). Por ello debe examinarse para comprobar si está en la verdadera fe, poniéndose a prueba seriamente (cfr. 2 Cor. 13,5). Y lanzarse decididamente hacia la meta para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios nos ha hecho en Cristo Jesús (Flp. 3,12-16)
Nuestra misión será pues, una necesidad: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16), aunque a causa de ella tengamos que sufrir burla, incomprensión, persecución o la misma muerte. Paradójicamente éstos fueron los motivos que tuvo Pablo de gloriarse: “...¿Son ministros de Cristo? Vuelvo a hablar como un necio: yo lo soy más que ellos. Mucho más por los trabajos, mucho más por las veces que estuve prisionero, muchísimo más por los golpes que recibí. Con frecuencia estuve al borde la muerte, cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes, tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en medio del mar. En mis innumerables viajes, pasé peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligro de parte de mis compatriotas (...), cansancio y hastío, muchas noches en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez (...). Si hay que gloriarse en algo, yo me gloriaré de mi debilidad” (cfr. 2 Cor 11,23-30).
Pero todo esto, no admite para Pablo el menor desaliento: “Si nuestro Evangelio todavía resulta impenetrable, lo es sólo para aquellos que se pierden, para los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les ha enceguecido el entendimiento. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores...Porque el mismo Dios que dijo: ‘Brilla la luz en medio de las tinieblas’, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo” (2 Cor4, 3-6).
Esta profecía de esperanza debe arder en el corazón del comunicador y no callarla. Ante el desasosiego que generan tantos males presentes en el mundo, no podemos callar la Buena Noticia que ha cautivado nuestra vida... Pero, como este gozoso anuncio es combatido por las calamidades que anuncian sólo destrucción y muerte, debemos vestir las armaduras del cristiano, para continuar nuestra tarea con entusiasmo, convicción y alegría.
“Por lo demás, fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio.
Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos. Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Calcen sus pies con el celo por propagar la Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef. 4,10-17).-

miércoles, 4 de junio de 2008

COMUNICACION Y ESPIRITUALIDAD - Apuntes para el diálogo y la meditación

La espiritualidad en la vida cristiana es el dinamismo del amor que el Espíritu Santo infunde en nosotros. No ha de entenderse por lo tanto como un momento puramente subjetivo de la vida cristiana, como un conjunto de ejercicios privados, o como un encuentro meramente íntimo con Dios.
Nos dice Esquerda Bifet: “Lo espiritual no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad que pasa por el corazón del hombre y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria" (Teología de la evangelización, Madrid 1995, p.368).
Ese dinamismo espiritual puede ser vivido en los momentos de recogimiento y de oración privada, pero también en la actividad externa. Es la espiritualidad que Pablo expresa como un “caminar en el Espíritu” (Rom 8,4) que transfigura las opciones, la actividad, las relaciones humanas.
Para el comunicador católico, que inserto en el mundo de comunicación social se enfrenta de modo cotidiano con la multifacética realidad que lo interpela y ante la que debe dar una respuesta de fe, vive la realización de su espiritualidad en la entrega a Dios y a los demás en la acción evangelizadora a la que ha sido llamado.
Por ejemplo: si en la íntima contemplación nos hemos detenido en la Palabra de Dios, no dejamos de encontrarnos con ella cuando la predicamos o iluminados por ella interpretamos la realidad. Allí nuestro encuentro con la Palabra se abre a nuevas dimensiones, acoge los cuestionamientos que brotan de esa experiencia pastoral, se manifiesta, se amplía, se hace más concreto, produciendo un fruto maduro.

El comunicador tiene todas las posibilidades de ahondar su vida espiritual en medio de la actividad contemplativa que exige su acción en la misión. Puede ser un cabal testimonio de contemplación activa. Su vida espiritual se entiende a partir del dinamismo encarnatorio que obra el Espíritu. Todo su dinamismo espiritual tendrá esta orientación de encarnarse en la historia donde Dios lo inserta. Por ello, para discernir sobre la autenticidad y la intensidad de nuestro amor a Dios, es necesario ver hasta qué punto nos hemos involucrado amorosamente en la relación con los hermanos y por lo tanto en lo mundano.
Veamos algunos aspectos propios de la espiritualidad del comunicador, que está marcada por las notas propias de su misión:

1. Una imagen de Jesús
El Jesús que se destaca en su oración es el Jesús, perfecto comunicador, el que enseña por medio de parábolas (Mt13,3; Mc.4,33), el que explica la Palabra en privado a los apóstoles (Mc.4,34), el habla con autoridad (Mt.7,29; Mc.1,22), el que habla en público, sin miedo, abiertamente (Jn.18,20; 7,25-26; 7,45-46)...En esa oración y contemplación el comunicador se siente impulsado en su misión. No va a la oración ante todo a sacar fuerzas para su tarea, recibir luz para hablar correctamente, o descansar luego del fatigoso trabajo. Si así fuera, su vida espiritual estaría al margen de su misión. Al contrario, en la oración personal le brota el deseo, como un fuego que no se puede apagar, de ir y anunciar la Palabra, de llevar a la realidad los valores que en su Evangelio Jesús propone.

2. Palabra para dar
Ciertamente, la Palabra ocupa un lugar central en la espiritualidad del comunicador, pero esa centralidad de la Palabra en su espiritualidad se vive tanto en la oración personal como en el micrófono, en la redacción o frente a una cámara de televisión. Al transmitir la Palabra se está dejando tocar por ella y está agradeciendo el don de la Palabra, está expresándole su amor y vivenciándola.
El comunicador católico se siente urgido a tratar muy asiduamente con la Palabra, porque sin ella su tarea evangelizadora es imposible.

3. Presencia de esos rostros
La intercesión en la oración personal y en la celebración de la Eucaristía, forma parte de la esencia de la espiritualidad del comunicador. Cuando va a la Misa y se acerca a comulgar, no vive un encuentro con Cristo meramente intimista. No puede no incorporar en este encuentro a todos los rostros, muchas veces sufrientes, de tantos hombres y mujeres que formaron parte de sus crónicas.

4. Paciencia y apertura ante el misterio
Las semillas del Reino van germinando en medio de la cizaña (cf Mt.13,24-30) de un modo misterioso, que no siempre puede ser apresurado ni medido con criterios externos. Esta convicción deberá estar marcada a fuego por el comunicador. Es la renuncia a tener bajo el propio control lo que Dios hace en las personas a su modo y con sus tiempos inescrutables.
5. Culto a la verdad
El comunicador que actúa movido por el dinamismo del Espíritu, está permanentemente orientado a la Verdad revelada. Evitará predicarse a sí mismo, o encerrarse en un determinado esquema mental o en unas pocas ideas que le atraen. A partir de esta actitud, será una buscador permanente del sentido profundo –y objetivo- de esta Palabra, para poder comunicarla a la gente.
6. En comunión
En su carta Novo Millennio Ineunte, Juan Pablo II pidió particularmente que los cristianos sean educados en una “espiritualidad de comunión” (n.43).
De esa comunión brota la comunicación que la expresará. Por ello, los comunicadores están llamados a ser en la Iglesia y en el mundo instrumentos, artífices, constructores, promotores de la comunión.
En este punto nos detenemos particularmente, ya que es uno de los aspectos más importantes de la comunicación católica y de toda verdadera comunicación.
Monseñor Juan Luis Ysern nos ha hablado muchas veces de la “pedagogía del encuentro”, entendiendo la comunión como “tarea y proceso permanente cuyo nivel y estado último lo alcanzaremos y viviremos en el Cielo, en la plena comunión con Dios y con los hermanos y cuya dimensión humana es tarea de toda persona”.
Como pedagogía para lograr esa convivencia fraterna y solidaria de verdadera comunicación, propone distintas necesidades, a saber:

1. Necesidad de aprender a escuchar
2. Necesidad de aprender a ponerse en el lugar del otro
3. Necesidad de aprender a descubrir a los que no tienen voz
4. Necesidad de aprender a estimular el protagonismo de cada persona
5. Necesidad de aprender a descubrir lo que hay de positivo en la realidad
6. Necesidad de aprender a descubrir las causas de la marginación y promover su eliminación.
7. Necesidad de aprender a caminar con creatividad

En la tarea de todo evangelizador, y en la misión particular del comunicador católico, que ha de anunciar un mensaje muchas veces opuesto a voces altamente sonantes en la cultura mediática, se plantea la cuestión del “cómo” anunciar, transmitir y comunicar la Verdad siempre vigente del Evangelio.
Evidentemente se trata de una pregunta pastoral, pero también una cuestión espiritual bien planteada.
La preocupación del cómo, incluso por la técnica, debería estar incorporada en esa actitud espiritual que es responder creativamente al amor de Dios y amar al prójimo con todas nuestras capacidades.
La negligencia por la calidad de la comunicación y sus producciones, puede indicar una escasa pasión por los demás y por la Palabra de Dios.

Veamos ahora, a modo de ejemplo y testimonio, el corazón del comunicador, en la persona de San Pablo.
Cada vez que leemos las cartas de Pablo, nos sorprende el vigor de sus palabras. Este vigor se debe seguramente al misterio de la inspiración divina, pero también al hecho de que Pablo se ha dejado llenar el corazón.
Este es el camino de su espiritualidad como comunicador.
La fuerza, la libertad interior, la penetración de sus páginas nos revelan hasta qué punto se empleaba a fondo en lo que decía y cómo se prodigaba, con una riqueza espiritual profunda y conmovedora.
Hay un pasaje de la segunda carta a los Corintios en el que toda la vida interior del Apóstol se revela con una ternura sorprendente.
En el contenido de la carta vemos que Pablo se siente acusado, hay personas de la comunidad que hablan mal de él porque no se sienten atendidas, le consideran cobarde y perezoso y hasta desconfían de su ministerio. Pero Pablo escribe:
“Nos hemos desahogado con ustedes, corintios; y se nos ha ensanchado el corazón. No los amamos con un corazón estrecho; vuestro corazón, en cambio, sí parece estrecho. Páguennos con la misma moneda –se los pido como a hijos- y ensanchen también ustedes el corazón” (6,11-13)
El texto griego, dice literalmente: “Nuestra boca se ha abierto para vosotros y nuestro corazón se ha abierto de par en par para vosotros”.
Pablo quiere decir que nunca ha sido falso, que no ha ocultado nada, que ha dicho todo lo que tenía en su corazón.
Es al corazón de los corintios al que hay que reprochar; son ellos quienes no le han entendido por la mezquindad de su corazón.
Es un reproche muy fuerte, pero lleno de ternura:
“Páguennos con la misma moneda –se los digo como a hijos- y ensanchen también ustedes el corazón”
Es una hermosísima definición de la caridad: la caridad es habitar en el otro como en tu propia casa. Por eso se habla de la relación padre-hijo.
En el capítulo 7 de la misma carta, se retoma la imagen de habitar en el otro: “Dennos cabida en su corazón” (v.2) “Y no digo esto para condenarlos, pues acabo de decir que los llevamos dentro del corazón compartiendo muerte y vida” (v.3)
No se podría expresar de manera más elevada la fusión de los corazones que la comunicación de la Palabra de Dios ha creado.
Si la segunda a los Corintios es la más tumultuosa de las cartas de Pablo, la más rica en afectos y pasiones, la carta a los Filipenses es la más cordial, amable y gozosa.
Son distintos aspectos del hablar desde el corazón, al corazón, con el corazón, que tienen que caracterizar la comunicación de la fe en la experiencia cristiana.
La raíz de la espiritualidad del comunicador está encarnada en la realidad de ve, juzga y sobre la que actúa en consecuencia.
Un esquema altamente provechoso es el que ofrece Mons. Ysern cuando plantea el ver, juzgar y actuar del comunicador en estos aspectos que detallamos textualmente:
1.- VER

El primer paso del proceso es “ver” lo que está sucediendo e, incluso lo que se ve venir. Ver la realidad del modo más objetivo posible, incluyendo, en la medida de lo posible, lo que ya se ve venir.
Pero al hablar de la realidad es absolutamente necesario no olvidar lo que dijo el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida. Decía el Papa: “¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. - La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. (DI.3)

Por lo tanto, para “ver la realidad” la primera metáfora que vamos a utilizar es la del Monasterio. Se trata de vivir la actitud de búsqueda de Dios que está presente en la realidad. Es el Dios Vivo que, desde la realidad, está hablando, está diciendo algo para nosotros. Es necesario estar atentos, escuchar y contemplar. Sólo el que conoce a Dios puede descubrir las semillas del Verbo existentes dentro de esa realidad, entender el sentido definitivo de todo y dar testimonio de ese Dios presente y proclamarlo.

La segunda metáfora a la que haremos referencia es a la del Observatorio. Se trata de estar muy atentos a la realidad. Lo que está pasando y lo que se ve venir. Es analizar la realidad concreta con todas las intervenciones que realiza la persona humana. Entender el corazón de la persona que se esconde detrás de esta realidad. Entender todo lo que hay de bueno y lo que hay de malo. Las causas y sus consecuencias. Es esa la realidad desde la que Dios nos habla para transformarla y vivir la Alianza con Él y con los demás.


Metáfora del Monasterio.

Es evidente que al hablar ahora de “Monasterio” no estamos insinuando que todos los fieles nos vayamos a un claustro para dedicarnos a la vida contemplativa. Pero sí estamos expresando la necesidad de tener una actitud contemplativa. Actitud necesaria para todos y que debe existir en todo momento pero que en estos momentos en los que entramos en una nueva época tiene una especial connotación y urgencia. Es necesario tener muy presente que Dios no nos ha abandonado ni nos abandonará nunca.

Con frecuencia hacemos comentarios sobre la velocidad de cambios en la actualidad. Incluso se ha advertido mucho que no se trata simplemente de una “época de cambios”, sino que es algo mucho más profundo. Se trata de un “cambio de época”. Además, nos han advertido que la velocidad de cambios se va a acelerar cada día más. Pensarlo nos produce vértigos pero es algo frente a lo cual tenemos que saber actuar; es dentro de esa velocidad donde tenemos que aprender a descubrir al Dios de la vida que nos llama en Cristo para que tengamos vida en abundancia.

Como cristianos hemos de seguir siempre los criterios que brotan de la fe. Estos criterios son fáciles de comprender, en cierto modo, en un mundo estático. Los recibimos por herencia. Van pasando de generación en generación. Desde niño uno aprende los criterios que se deben mantener en la vida para ir en seguimiento del Señor. Pero la situación se complica en la medida que el mundo deja de ser estático y entra en un dinamismo de cambio en el que los criterios de ayer ya no valen hoy. No obstante, sabemos que lo que da sentido a nuestra vida, Dios, que se nos hace visible en Cristo, no cambia. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, que camina con nosotros, nos inspira y nos cuida.

En consecuencia, el desafío es descubrir a ese Dios que está presente en la realidad, “está a la puerta y llama” (cf. Ap. 3, 20). Se requiere mirar las realidades nuevas con los ojos de la fe, pero el problema para cada uno es que la fe la tiene inculturada y no puede juzgar la cultura nueva desde la cultura que ya está pasada, sino desde la fe. Tarea sumamente difícil. Es aquí donde se necesita una muy especial actitud contemplativa en la que nos necesitamos mutuamente como pedagogos y aprendices partiendo desde la adecuada lectura y reflexión bíblica.

Ver la cultura nueva con los moldes y paradigmas de la cultura antigua no es lo que nos corresponde como cristianos. No es esa propiamente la actitud de fe. Se necesita saber discernir eso nuevo, lo que brota, para ver todo lo que hay en ello de bueno, de verdadero, de bello..... Todo lo que hay de positivo viene de Dios y a Dios está orientado. No aceptarlo y condenarlo todo, significa no escuchar a Dios.

Dios es el mismo, pero el idioma en el que nos habla es distinto. No querer escuchar “todos los idiomas” puede llevar consigo dejar de oír “las maravillas de Dios” (cf. Hech. 2,11). Llenarse del Espíritu Santo que se nos está dando, dejarse conducir por Él, nos hace entender y hablar todos los idiomas. Pero, esto requiere ser dóciles al Dios que nos habla. Es necesario estar permanentemente buscando al Señor y escucharlo. Esta actitud contemplativa es la que nos coloca en el Monasterio de nuestra metáfora.

Estos cambios de idioma, esto es, cambio de mentalidad y de cultura, los estamos viviendo hoy día en una forma sucesivamente acelerada como hemos dicho. Esto nos desconcierta. Pero si nos fijamos podemos darnos cuenta cómo esta realidad la ha vivido la Iglesia desde el primer momento. Vemos como la Iglesia sale del Pueblo Hebreo y entra en el mundo de los Gentiles. El cambio es muy brusco. Vemos la Iglesia naciente dentro de la cultura griega y de la cultura romana, en Egipto, en Asia, en Europa. Vemos a Pablo y a los demás apóstoles pasar de un lugar a otro. Los cambios eran grandes y en cada situación saben descubrir al Dios presente y Salvador en Cristo.

Este es el especial esfuerzo contemplativo que hoy se requiere. Con el fin de lograrlo necesitamos ayudarnos mutuamente y purificar nuestra mirada con una fe creciente. El Dios que está por encima de todo, el Dios trascendente, es también el Dios que está en los más intimo de cada cosa, el Dios, inmanente que está animando la vida y la historia. Quien tenga un corazón creyente y escuche al Dios que habla no estará asustado frente a la realidad. Lleno de fe vivirá la esperanza desde el interior de la realidad descubriendo las Semillas del Verbo.


Metáfora del Observatorio

Es muy sabido que las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación social tienen una extraordinaria importancia en lo que se refiere a la nueva cultura que se está creando. Pero la “Revolución tecnológica” incluye muchas otras tecnologías cuyos efectos no son de menor importancia. Las tecnologías de la ingeniería genética, los robots y todo lo que significa la automatización industrial, etc. etc. no podemos dejarlas a un lado. Todo ello es el mundo de las “nuevas tecnologías” con las que se está creando la nueva forma de convivencia y que está dejando a grandes sectores de la humanidad como excluidos de esa convivencia.

En la metáfora del Monasterio nos hemos referido a la escucha del Dios permanente. Pero aquí nos referimos a la actitud de compartir la vida en la realidad cambiante del hombre. La Iglesia tiene que escuchar a Dios en todo momento y, al mismo tiempo, tiene que entrar en la realidad del hombre. La Iglesia tiene que hacer visible cómo en todo momento se puede vivir la Alianza con Dios y con los hombres.

Cuando nos referíamos al monasterio, poníamos nuestra atención en las maravillas de Dios que se pueden proclamar en todos los idiomas, pero ahora fijamos la atención en esos idiomas con el fin de descubrir las capacidades que tienen para proclamar las maravillas de Dios.

Cuando hablamos ahora del mundo de las nuevas tecnologías no nos referimos simplemente al conocimiento científico-técnico de todas estas tecnologías, nos referimos fundamentalmente al conocimiento de lo que el uso de estas tecnologías está produciendo en el hombre y los nuevos paradigmas que aparecen.

Se necesita saber cuáles son las influencias de todo ese mundo de las tecnologías sobre los comportamientos de las personas, de los grupos humanos y de la humanidad entera. Los efectos de la heterogeneidad de situaciones existentes. Son miles de preguntas que podemos formular en cada uno de estos campos y sobre las que no tenemos respuestas.

Los Observatorios en sentido estricto pueden ser establecidos de muchas formas en conexión con las universidades u otras entidades o personas que realizan labor de investigación. Pero es necesario insistir que debe ser una actitud que, según sus posibilidades, debe adquirir y desarrollar cada persona fijándose en sí misma y en su entorno, prestando especial atención a lo que va en dirección de encuentro e inclusión o, por el contrario, de dispersión y exclusión.

Los creyentes y personas de buena voluntad pueden realizar una gran labor dentro del mundo al que nos referimos con la metáfora del Observatorio. De una forma especial habrán de vivir la opción por los pobres. Ellos, según lo que se ve venir, van a estar excluidos del uso de las tecnologías. Las consecuencias son difíciles de calcular en estos momentos. Pero quien busca la inclusión ya puede fijar su mirada en este mundo de los pobres y tratar de entender lo que sucede. Se necesitará mantener una permanente actitud creativa, búsqueda de formas y caminos viables para la participación de los pobres. Es un aspecto en el que la urgencia de ayudarnos a ver esta realidad se hace apremiante.


2.- JUZGAR

El segundo paso del proceso es “juzgar” con profundo discernimiento evangélico para ver todo lo que hay de bueno, verdadero y bello y distinguirlo bien de todo lo que no es así. Siendo la realidad tan compleja se ve con evidencia la necesidad de ayudarnos mutuamente para desarrollar juntos el sentido crítico que necesitamos. El diálogo que hemos de realizar para este paso nos hace vivir una verdadera y mutua actitud pedagógica, al mismo tiempo que aprendemos a complementar nuestra visión.

El “juzgar” que hemos de realizar según los criterios del Evangelio nos orienta hacia el Reino donde viviremos la comunión en plenitud por lo que lleva consigo el sentido de “inclusión”, poniendo especial atención en los “excluidos”.

Así pues, para realizar nuestro juicio hemos de poner la mirada en el rostro de Cristo. Es con esa mirada como podemos tener los criterios tanto para juzgar la realidad de los excluidos, rostros sufrientes de Cristo, como sobre su llamado a la inclusión en la convivencia fraterna con su proyección definitiva en el Reino.

Con claridad nos lo indica Aparecida: “En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso (cf. NMI 25 y 26), podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (A 32)


Metáfora de la Espada

Al referirnos a “la espada” estamos haciendo uso de una imagen bíblica que hace referencia a la Palabra de Dios. “Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta” (Hbr. 4, 12-13).

Nuestro discernimiento ha de tener como referente clave la Palabra de Dios, no nuestro gusto o interés personal. Es espada de doble filo. No sólo para juzgar la realidad exterior, sino también la realidad interior, lo que está en lo más íntimo de nuestro corazón. Todo lo hemos de ver según la verdad como es ante los ojos de Dios, sin engañarnos.

Significa conocer la Palabra de Dios como ha sido entendida por la Iglesia a través de los siglos. Nuevamente aparece aquí la necesidad de ayudarnos, no sólo por la ayuda que nos puedan prestar los estudiosos de la Palabra de Dios, sino también por el sentir de los sencillos que se dejan conducir por el Espíritu Santo.

Las Comunidades Eclesiales de Base y otros encuentros que se realizan en torno a la Palabra de Dios son escuelas vivas donde el intercambio de unos con otros en apertura a lo que dice el Señor es una pedagogía firme para asumir los auténticos criterios para la inclusión de los excluidos.

Siempre es posible que el juicio de la comunidad caiga en error. Por eso mismo, manteniendo la docilidad al Espíritu Santo, se ha de procurar la verificación con el juicio de la Iglesia.

Son muchas las veces que cuesta decir las cosas por su nombre, pero es necesario saber utilizar bien la espada que con la fuerza de la verdad penetra no sólo la realidad palpable inmediata, sino también las causas y circunstancias que explican esa realidad.

Frente a lo que aparece de falsedad, injusticia y maldad, el juicio será de denuncia y frente a lo que se descubra como bueno, verdadero y bello el juicio será aprobación que se traducirá en anuncio. Será buena noticia, reflejo, aunque sea lejano, de la Buena Noticia del Reino.

Metáfora del Amanecer

Se trata de la luz que llega para un día nuevo. El juicio no puede quedarse en la calificación o descalificación de la realidad, es necesario mantener un juicio creativo que plantee propuestas válidas en coherencia con la justicia y el bien que nos presenta la Palabra de Dios.

Es necesario juzgar sobre las aberturas que aparecen en la realidad en dirección al Reino. El juicio que nos hace entender las semillas del Verbo y plantea sobre ellas propuestas que ayuden a germinar esas semillas y a desarrollar esos brotes.

Es necesario que junto al juicio denunciador de la realidad de injusticia y de exclusión se vea el juicio del centinela que anuncia el nuevo día, presentando propuestas con las que se pueda caminar a la transformación de las tinieblas de la noche hacia el nuevo día, de la inclusión para que todos vuelvan a ser hermanos.

Se trata de pensar creativamente las propuestas que cada persona, ya en forma personal ya grupalmente, pueda realizar en su entorno sin quedarse inmóvil ante la inmensidad y fuerza de las tinieblas. Ciertamente no hay que empeñarse por hacer lo que es imposible, pero eso no puede dar justificación para dejar de hacer lo que es posible, por poco que nos parezca.

Dios no nos pide que hagamos lo imposible, pero nos pedirá cuenta de lo que, siendo posible, hayamos dejado de hacer. Nos pedirá cuenta del amor y del empeño que hayamos puesto o hayamos dejado de poner en lo que Él nos pide, por pequeño que sea.


3.- ACTUAR

El tercer paso del proceso es “actuar”. No basta tener buenos diagnósticos y buenas propuestas que nos garanticen buenos discursos. Es necesario ponerlos en práctica. Es muy fácil decir que todos somos hermanos, pero no basta eso, es necesario vivir como hermanos.

Para el desarrollo de esta parte vamos a utilizar la metáfora del Sínodo y la metáfora del parto.

Con la metáfora del Sínodo no nos referimos al Sínodo como asamblea jurídica, sino en su sentido más amplio. Se trata del camino que todos juntos debemos descubrir y que juntos debemos recorrer. La Iglesia es un Pueblo que camina por el mundo hacia la vida plena y definitiva del Reino.

Y con la metáfora del Parto nos referimos a la vida nueva que con esfuerzo está naciendo. Pero al hablar del parto estamos haciendo referencia al “Parto de la Esclava”, teniendo bien claro que la Esclava es la inmensa porción de pobres y excluidos que existen en nuestros entornos sin formar parte de nuestra sociedad. Pero advirtiendo, además, que este Parto no es el fruto de una violación ultrajante de la Esclava, sino el fruto de un matrimonio fiel y definitivo con ella.

Los cristianos formamos la fraternidad de los discípulos que unidos seguimos a Cristo, fijándonos siempre en Él lo que nos hace vivir la opción preferencial por los pobres que está implícita en nuestra fe cristológica lo que nos lleva a actuar en el servicio permanente a los pobres.

Aparecida nos dice con toda claridad: “Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo” (SD 178). Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico “ilumina el misterio de Cristo”(NMI 49). Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre” (A 393)


Metáfora del Sínodo.

La palabra “sínodo” viene del griego y podríamos traducirla por “concaminantes”, los que llevan un mismo camino, o el recorrido en común. Compañeros de camino. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha convocado a la celebración de asambleas especiales para buscar y señalar el camino que se ha de seguir. El sentido que la Iglesia da al término “sínodo” está expresado en el Código de Derecho Canónico (can, 342 y 460), y es siempre una asamblea convocada para buscar los caminos a seguir.

Cuando hablamos ahora de la metáfora del Sínodo, estamos haciendo referencia a la actitud de caminantes con la que tenemos que seguir al Señor en medio de la realidad concreta y a la actitud de comunión y participación propia de la fraternidad de los que siguen al Señor. Se trata, por tanto, de saber relacionarnos para seguir juntos el camino del Señor que tenemos que recorrer. Es la actitud no sólo de sentirse miembros de un mismo Pueblo en actitud de comunión y participación, sino también la de proceder con coraje como caminantes. Pueblo de Dios en marcha.

En la metáfora del Sínodo, lo que decimos es que lo expresado en las metáforas anteriores lo tenemos que realizar todos juntos, ayudándonos mutuamente, eliminando individualidades de dispersión, procurando incidir en la sociedad con sus estructuras en orden a su transformación según la dirección del Reino, centro de la plena inclusión.

Cada miembro de la Iglesia, desde el lugar donde se encuentre, tiene algo que realizar. Nadie puede suplirle y es desde su propia realidad que tiene que ser fiel al Señor que le llama.

Pero esta función de cada uno se realiza como Iglesia, dentro de un Cuerpo y para bien de todo el Cuerpo. El Cuerpo de Cristo. Es doctrina muy claramente explicada desde el principio de la Iglesia (cf. 1 Cor. 12, 12 ss). Se trata de la participación de todos los miembros en la comunión viva del mismo Cuerpo, la Iglesia.

Corresponde a la Jerarquía de la Iglesia el último discernimiento sobre la fidelidad al mensaje del Señor y su dinamismo vital. Pero esto no significa que las iniciativas para el camino a seguir tengan que provenir de la Jerarquía. Cada uno debe conocer del mejor modo posible su propia realidad, y desde esa realidad tomar las iniciativas que con la mirada de fe y la creatividad del amor deba tomar en comunión con toda la Iglesia.

La actitud de caminante lleva consigo el romper con las comodidades de la instalación. El instalado adquiere una postura estática. El cristiano y la Iglesia entera han de estar siempre en marcha.

La Iglesia, lo sabemos, mientras vive en este mundo es peregrina. Siempre tendrá la tentación de instalarse. Es fácil entusiasmarse por los espejismos que presente el mundo y caer en la tentación de transar con aparentes y falsos valores. Ya el Señor nos advirtió sobre la necesidad de vigilar y orar (Cf. Mt. 26, 41). Pero, si la Iglesia es peregrina por naturaleza, hoy día esta realidad adquiere una especial característica ante la velocidad de cambios en nuestra realidad.

Finalmente hemos de advertir que, si bien es cierto que los miembros de la Iglesia hemos de seguir nuestro camino en comunión con la Iglesia, no obstante, hemos de saber hacer alianza con todos en todo lo que tienen de verdadero y bueno. Dios actúa en todos, no solo en los que estamos dentro de la Iglesia. En el campo de las ciencias y en los demás campos de la vida se dan grandes aportes para el camino de vida que hemos de seguir. Para vivir la metáfora del Sínodo es necesario caminar con ellos según el lugar que corresponde, recogiendo sus aportes, aunque procedan de personas que no tienen fe y siempre tendremos que procurar que cada persona actúe libremente como protagonista de su propio camino.


Metáfora del Parto.

Ya hemos señalado que el Parto al que nos referimos es al Parto de la Esclava como fruto de un matrimonio veraz y definitivo con ella, no como fruto de una nueva vejatoria violación Es el matrimonio que hace libre a la esclava y la hace portadora de una vida nueva que hace visible aquello de Isaías: “Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan? (Is. 43, 19).

También hemos dicho que la Esclava es la enorme porción de excluidos que forman parte de la sociedad. Son todos los que quedan debajo de la mesa de la vida y que son “explotados” y maltratados por el mismo ambiente dominante fortalecido por el poder de la economía neoliberal que estamos viviendo.

Se oyen gritos clamando por un mundo mejor con el convencimiento de que “otro mundo es posible”. Por todas partes se descubren sinceros esfuerzos de acompañamiento a los pobres no sólo respetando su protagonismo, sino estimulándolo. Es cierto que a veces hay que actuar como voz de los que no tienen voz, pero siempre hay que estar atentos para no arrebatar la voz de nadie, sino crear las condiciones para que su voz se oiga.

Fácilmente se puede apreciar que esta mirada especial a los pobres no significa desentenderse de los ricos. Todo lo contrario, se trata de una opción de universalidad. Se trata de una imperiosa llamada a los ricos y poderosos para vivir la alianza matrimonial con la esclava, con los pobres. Con igualdad de dignidad, dando libertad a la esclava.

La Iglesia, desde su nacimiento se ha sentido llamada a vivir este matrimonio con los pobres, pero también se ha dejado tentar por el poder, aunque, a través de los siglos, siempre han aparecido grandes voces y testimonios activos y vigorosos que han hecho palpable el permanente llamado a la Iglesia para vivir este matrimonio con la esclava.

La comunidad eclesial puede ayudar mucho para que se oiga la voz de los pobres que claman por su dignidad, por la verdad y por la equidad. Esto no es abandonar a los poderosos, todo lo contrario, si esto se realiza con fidelidad al Señor es hacer resonar el llamado, cariñoso pero fuerte, del Señor, recordando el deber que tienen como administradores de los bienes que fueron creados por Él como regalo para todos. Es el llamado a los poderosos para utilizar su poder como servicio para el bien común, el bien de todos y que, por lo tanto, se ha de colocar principalmente al servicio de los que no tienen bienes. Al servicio de la solidaridad auténtica y permanente.

Quien vive el matrimonio con la esclava hará visible para la opinión pública los ejemplos de ricos y poderosos que con sinceridad solidarizan con los pobres y los ejemplos de los pobres que con dignidad y verdad saben mantener su protagonismo en busca de lo que es bueno para todos. Estos ejemplos son los que hacen ver que “algo nuevo está naciendo”. Es el Parto de la Esclava.


Bibliografía

- FENANDEZ, Víctor Manuel: “Teología espiritual encarnada” Ed. San Pablo, 2005
- MARTINI, Carlo María: “El presbítero como comunicador” Ed. PPC, 1986
- YSERN DE ARCE, Juan Luis- Artículo: “La pedagogía del encuentro: desde la exclusión a la inclusión” , 2007

viernes, 7 de marzo de 2008

EVANGELIZAR EN LA CULTURA DE LA IMAGEN

Origen de la imagen televisiva
La prehistoria de la televisión arranca, en sentido estricto, de los descubrimientos técnicos más elementales que hicieron posible la transmisión a distancia de la imagen en movimiento.
Fue en Julio de 1928 cuando desde la estación experimental W3XK de Washington, el norteamericano Jenkins comenzó a transmitir imágenes exploradas principalmente de películas con cierta regularidad y con una definición de 48 Líneas. Y desde los años 50, la televisión se ha convertido en el medio de comunicación por excelencia.
La televisión no nació como respuesta a ninguna necesidad inmediata e ineludible. Cuando el hombre se propuso transmitir imágenes a distancia, por cable o sin hilos, no pensaba en una recepción masiva e indiscriminada, sino en un servicio publico que permitiera solo la comprobación de documentos, el envío de planos o imágenes necesarias para trabajos técnicos o para la simplificación de tramites burocráticos.Pero, una vez creado el soporte técnico necesario para la transmisión de imágenes en movimiento, algunos científicos comprendieron que la televisión podía repetir el éxito de la radio años antes.
En la televisión como en el cine se da una combinación de la imagen con la palabra. La naturaleza de esta combinación de mensajes es diferente de la que da el material impreso. En todo caso, se daba siempre una combinación en el sentido de complementación entre imagen y palabra. En cine como en televisión este equilibrio se rompe en aras de un creciente predominio o protagonismo de la imagen. El lenguaje se constituye en un simple determinante de la imagen. Nos encontramos, con un nuevo instrumento de comunicación que debemos conocer para poder comprender los mensajes que a través de él se nos presentan.
El lenguaje televisivo, la imagen, es un lenguaje figurativo, pero no conceptual. Apela a los sentidos, pero no existe en él una relación estrecha con la actividad mental elevada. Al contrario de lo que sucede con el lenguaje verbal.
La cultura de la imagen
El cambio de época que estamos atravesando va enmarcado en una cultura donde el protagonismo de la imagen ha tomado ribetes sorprendentes, hasta llamarse "cultura de la imagen" al presente, determinado en cierto punto, por lo que se mira a través de una pantalla, y desde allí se aprende, se entiende, se resuelve y se vive la realidad.
Anticipándose a su tiempo, el Papa Pablo VI advertía, en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: "Conocemos las ideas de numerosos psicólogos y sociólogos que afirman que el hombre moderno ha rebasado la civilización de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos, para vivir hoy en la civilización de la imagen. (…) (Pero todo ello) no debe disminuir el valor permanente de la palabra, ni hacer perder la confianza en ella. La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios" (n.42).
No podemos contraponer la imagen a la palabra, porque de hecho ambas se armonizan en un nuevo discurso que apunta a lo emotivo.
Además, la imagen tiene en sí un valor muy alto que hemos de reconocerle. Desde que Dios se hizo Hombre en Cristo, la imagen puede ser portavoz a la vez de la Encarnación y de la Trascendencia de Dios. Cristo es "imagen visible de Dios invisible" (Col 1,15).
Una teología de la comunicación ha de tener en cuenta esta dimensión que le ayuda a valorar lo visual desde esta perspectiva divina y ahondar en la profundidad de la expresión captada a través de la imagen visible. Pensar la evangelización compromete un análisis serio de la cultura y un tomar sus valores para impregnarlos de la sabiduría de Dios que da el sentido verdadero de las cosas con las que el hombre vive, se asombra, disfruta, crea o perfecciona. La denuncia del mal, presente en el siglo, impulsa a un compromiso de transformación de la realidad, desde Dios y su Verdad.
Al ser conscientes de los estímulos audiovisuales de la televisión, los cuales son más efectivos que los visuales y auditivos por sí solos, encontramos en ellos una herramienta importantísima a la hora de comunicar el Evangelio. No podemos dejar pasar este signo de la Providencia, y utilizar este medio que está a nuestro alcance, para hacer comprensible al hombre de hoy el mensaje siempre nuevo del Evangelio.
La televisión, que penetra en el hogar, en la vida diaria y llega a formar parte del cúmulo de hábitos de cualquier hombre de nuestra época, será un medio más que favorable para hacer que la Palabra Divina llegue al corazón del televidente y le dé razones a su existencia. Frente a un contenido capaz de saciar las ansias que siempre el hombre ha tenido de verdad, de bien y de belleza, de felicidad y sentido, la televisión será un instrumento óptimo para realizar una comunicación humanizadora y liberadora.
Es indudable, que la televisión constituye una fuente efectiva en la creación y formación de actitudes en los niños y jóvenes especialmente, ya que desde temprana edad, son sometidos a su influencia sin poseer otro tipo de información. Se recurre a ella para satisfacer necesidades de distracción, reducir las tensiones y como medio para obtener información. Una programación llena de valores, desde lo creativo e ingenioso, puede entretener educando e informando. Este es el desafío que tenemos los comunicadores católicos frente a un medio de comunicación que hemos de utilizar con mayor confianza, con menos prejuicios, con más presencia y menos tiranía. Un medio que Dios mismo pone a nuestro alcance para que hagamos oír su voz y mostremos su rostro a un mundo que vaga sediento de él.
Nadie puede considerarse inmune a los efectos degradantes de la pornografía y la violencia, o a salvo de la erosión causada por los que actúan bajo su influencia. Los niños y los jóvenes son especialmente vulnerables y expuestos a ser víctimas. La pornografía y la violencia sádica desprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan los individuos -especialmente las mujeres y los niños-, destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad.
Es verdad que necesitamos purificar nuestra mirada. La cultura de la imagen ha saturado nuestra capacidad visual. Ya no hay nada nuevo ni desconocido para mirar. Todo está expuesto a la vista sin filtro y sin reservas, sin pudor y sin límites. Creemos ingenuamente que mirar todo no nos hace daño, y sin embargo evitaríamos mucho males espirituales si supiéramos desviar la vista a tiempo. No todo lo que vemos nos hace bien. Más aún, si advertimos que esa saturación visual que produce nuestra cultura, es saturación de imágenes violentas: la violencia de la pornografía y la misma violencia sádica nos perturban y enceguecen. Miramos pero no vemos. Y es ahí cuando la mirada se vuelve superficial y poco profunda, hasta llegar a no advertir el sentido pleno de las cosas, de los acontecimientos, de nosotros mismos y de los demás. La realidad parece ser advertida sólo a través de la pantalla chica, y sólo son fragmentos de la realidad -inducido por intereses particulares- que no articulan todos los resortes que forman la complejidad de la realidad que vivimos.
Las imágenes y la evangelización
Es esta realidad y esta la cultura que nos toca evangelizar. Pero la evangelización no comienza con nosotros. Por ello, debemos aprender de la rica tradición de la Iglesia que, a lo largo de los siglos ha sabido utilizar elementos de la misma cultura para anunciar el Evangelio.
Las imágenes formaron parte de la evangelización, ya en las primeras comunidades cristianas, quienes representaban al Salvador del mundo con imágenes del Buen Pastor. Mas adelante aparecen las del Cordero Pascual y otros iconos representando la vida de Cristo. Las imágenes han sido siempre un medio para dar a conocer y transmitir la fe en Cristo y la veneración y amor a la Santísima Virgen y a los Santos. Testigo de todo esto son las catacumbas donde aún se conservan imágenes hechas por los primeros cristianos. Estas imágenes dan testimonio de su fe y del uso de las imágenes.
Hoy la imagen ha alcanzado una sofisticación sorprendente a través de los medios audiovisuales. Debemos reconocer entonces que contamos con elementos de mayor calidad que nuestros antepasados para evangelizar. No podemos entonces desaprovechar este tiempo providencial y estas herramientas eficaces a nuestro alcance. Y el momento es ahora. Hoy, como en los primeros tiempos de la era cristiana, la imagen deberá ser un vehículo de transmisión de la fe y ayuda al conocimiento de la verdad de Dios.
Antes de Jesús las imágenes con frecuencia representaban a ídolos, se usaban para la idolatría. En la plenitud de los tiempos, el verdadero Dios quiso encarnarse y así tener imagen humana. Jesucristo es la imagen visible del Padre.
Nos dice el Catecismo: "Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede "pintar" la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo Concilio Ecuménico (Cc de Nicea II, en el año 787:DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas" (476).
Todo parece indicar que la Iglesia cristiana del siglo III, aunque de un modo muy incipiente, utilizaba la iconografía con una finalidad catequética para esbozar al fiel el camino que le puede llevar a la bienaventuranza eterna.
En una hipotética segunda etapa, la Iglesia, a través de la iconografía, hace hincapié en la protección divina y en la participación eucarística como forma de asegurar al cristiano su Salvación. Aquí entran de lleno los paradigmas de Salvación que a través de su misma proliferación presuponen para el fiel todo un mensaje de esperanza.
Por último, a través de la iconografía del más allá se reitera que, gracias a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, el hombre puede alcanzar la bienaventuranza eterna.
Hoy, en la cultura de la imagen, estos elementos nos dan fuerza y luz para asumir creativamente la nueva evangelización, poniendo al servicio del anuncio evangélico la capacidad persuasiva, atrayente y atractiva de la imagen visual desde las infinitas formas y multiplicidad de colores que hoy la tecnología nos facilita y propone.

El lenguaje de la belleza
Claro que no basta utilizar los medios que tenemos a nuestro alcance. Hemos de utilizarlos bien. Los medios audiovisuales, por ejemplo, requieren una estética capaz de trasmitir belleza. La Iglesia desde siempre ha sido promotora del arte verdadero. El Papa Juan Pablo II ha expresado repetidamente su invitación a una vuelta al arte en el marco de la fe, y ha hablado de una "nostalgia de la belleza" en el hombre de hoy. Por lo tanto, la belleza no es un aspecto superfluo o periférico de la vida. Lo bello viene de Dios y nos lleva a Dios.
El joven de hoy siente una especial atracción hacia la belleza, sea de imagen, sea de música o ambas. Lo bello contribuye a armonizar a las personas, y es un rasgo característico de la celebración y la fiesta. Es armonía, proporción, orden. Todo lo bello es participación de la belleza de Dios. Por ello la contemplación de la belleza nos lleva a admirar a Dios, autor y modelo de toda belleza. El simbolismo y el lenguaje de formas y colores armónicos nos abre hacia valores superiores, trascendentes. Lo estético le da a la vida una dimensión más humana y optimista. "Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, es quien pone la alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración" (Del mensaje del Concilio a los artistas).
Debemos recuperar en la evangelización el valor de la estética al servicio de la belleza como comunicación del Absoluto. Especialmente éste es un desafío, ante un mundo en que la preocupación por la apariencia, y la obsesión por la silueta, son tópicos que hoy en día, mueven a muchos jóvenes a tratar de alcanzar la imagen de los modelos publicitarios, lejos del modelo al que es posible llegar. Son los medios de comunicación los que han contribuido grandemente ha crear la falsa imagen de la belleza de hoy, un estilo que no corresponde a la realidad.
Los actuales cánones de belleza, exigen estándares físicos irreales, que muchas veces contribuyen a generar inseguridad y problemas psíquicos en los jóvenes, como la anorexia y la bulima.
Los comunicadores católicos debemos apuntar a una estética que, respetando los estilos de cada entidad y las claves culturales propias de cada país o región, apunte además a lo sobrenatural, donde la realidad es vista con ojos de esperanza. Es hora de impulsar nuestra creatividad para lograr una verdadera estética nueva, transida de valores humanos y cristianos.
Debemos ser capaces de traducir la riqueza de contenidos de la fe a lenguajes multimediáticos como los videoclips, los videojuegos interactivos y humanizadores, los cuentos, los auxilios pedagógicos y las páginas interactivas entre otras. Todo ello, claro está, sin que el mensaje se empobrezca, comprometiendo el depósito de la fe. La verdadera evangelización enriquece a las culturas, ayudándolas a superar los puntos deficientes o incluso inhumanos que hay en ellas, y comunicando a sus valores legítimos la plenitud de Cristo. (Cfr. C.T.,53).
Respuesta a la cultura de la imagen
Es cierto que la utilización predominante de las imágenes, tiende a anular el desarrollo del lenguaje, y su consecuencia es disminuir o anular la capacidad analítica del pensamiento abstracto. Es el límite concreto y uno de los aspectos presentados como desafíos de esta cultura de la imagen. Hoy no se entiende ningún proceso de capacitación o transmisión de conocimientos o mensajes sin tener muy en cuenta lo visual. Y es que la persona no es sólo cerebro, y con la imagen y el sonido se apunta a diversos órganos y facultades del ser humano para hacer más plena la comunicación y relación entre emisor y receptor. Pero ni es tan ingenuo ni carece de riesgos. Muchas veces el proceso de aprendizaje de la televisión, transmisora de costumbres y modas, es diseñado por profesionales al servicio del rating o de los sponsors, que presentan las cosas de una manera mucho más entretenida que el maestro o profesor, y por sobre todas las cosas, no exige nada ni toma examen después.
De estos aspectos hemos de tomar conciencia. Toca a autoridades, instituciones y sobre todo a los padres de familia asumir su responsabilidad a cerca del control de los que sus hijos ven, favoreciendo el diálogo y el intercambio de opiniones frente a la catarata indiscriminada de imágenes que saturan la imaginación y el pensamiento. Es necesario un ejercicio del juicio crítico frente a lo que se ve, y el análisis de las propuestas que nos llegan por los medios audiovisuales. Así podremos aclarar sus contenidos, reforzar ciertos aspectos educativos, morales o sociales y contrarrestar aspectos negativos.
La tarea evangelizadora no puede obviar este hecho que forma parte de la cultura a la que hemos de comunicarle el Evangelio. A la vez que se utiliza la riqueza de las imágenes para hacer conocer la verdad de Dios y llevar al hombre de hoy al encuentro con él, se ha de formar en esa capacidad crítica frente a todo lo que se recibe cotidianamente. Es una forma de ayudar al crecimiento humano del hombre y la mujer de este tiempo que le toca vivir en una hora de grandes avances tecnológicos junto a una gran crisis de valores. Claridad y confusión parecen mezclarse en un camino sin rumbo ni orientación. Un todo dado, pensado por otros, que ejerce una poderosa influencia en la conducta, una realidad que va incapacitando en el pensar y complaciendo los sentidos que anulan la crítica, en una búsqueda incesante de lo placentero. Se descuida lo bueno por lo agradable. Se va tras lo fácil dejando de lado lo importante.
En el fondo, cada corazón humano, sigue sediento de una mirada de amor, que conozca desde lo interior y de respuesta. Necesidad de ser mirados por un rostro que enfrente nuestra mirada y nos de claridad en el camino de la verdad que plenifica. Cada corazón sigue buscando ver una realidad que lo trascienda, donde se vea reflejado en la santidad de una imagen de la que es espejo. Sigue el hombre caminando en el tiempo, añorando una visión eterna que le haga contemplar y vivir lo que de veras lo sacie, lo que permanezca más allá del tiempo y lo proyecte a una perpetua dicha de contemplación gozosa, semejante a la de los enamorados.
Esa visión se dará. Y es en la esperanza donde la aguardamos, pues todavía el ojo no vio lo que Dios tiene preparado a los que ama. Un día nuestros ojos contemplarán el rostro del Dios vivo que nos abrazará en su amor, y ante la ternura de su mirada, y la luminosidad de su rostro, ya no desearemos más que contemplarle, y entonces, las ansias y los quereres más profundos de la existencia humana, encontrarán en esa visión eterna, la plenitud que tanto buscábamos mientras vagábamos, entre luces y sombras, como peregrinos en la tierra, buscando nuestro cielo.-
Pbro. Walter Moschetti

viernes, 29 de febrero de 2008

ESPACIO CONTEMPLATIVO DEL COMUNICADOR EN LA PRODUCCION RADIAL


La radio es ese medio que no ha desaparecido ante la explosión de los medios audiovisuales, entre otras cosas, por establecer una especial comunicación con el oyente: un tú a tú que genera confianza e intimidad. La amistad y la naturalidad de la radio difícilmente se ve en otros medios. La cercanía de una voz amiga ha llenado a lo largo de su historia muchas soledades y ausencias. Ha sido la compañía de muchos hombres y mujeres y ha establecido desde la magia sonora una estrecha relación entre emisor y receptor, haciendo más fácil y accesible el diálogo íntimo, personal y directo, a pesar de los límites de la mediatización tecnológica.
Para el comunicador, esta innata espontaneidad no ha de significar improvisación no planificada a la hora de comunicar, sino que le demandará un tiempo previo de preparación, lo que damos en llamar: producción radiofónica. Una buena producción radiofónica requerirá una producción de contenido, que incluye todo aquello que se necesita para emitir cualquier espacio. Concretizar entrevistas, contactar con los entrevistados, buscar documentación para los reportajes, preparar los temas musicales, seleccionar efectos sonoros... son parte de la tarea de producción. De acuerdo a la envergadura del producto a emitir, este proceso será más o menos complejo.
El tiempo dedicado a la producción se verá en los resultados contactados al aire. Más aún, sin este tiempo de preparación sería prácticamente imposible la emisión de muchos de los productos que conforman la programación de las distintas emisoras radiales. Si somos atentos al escuchar radio, podremos percibir fácilmente en qué emisión esta producción careció de tiempo, de dedicación, de entusiasmo, de trabajo en equipo, de reflexión, de experiencias compartidas, de búsqueda concreta de lo mejor para emitir...
Es preciso recordar que todo este trabajo previo se realiza en el marco de una reflexión personal y grupal para objetivar lo que se pondrá al aire. Es el tiempo de pensar lo que se hará y se dirá. Muchas veces será elaboración del guión radial, otras de planificación de segmentos u organización de los espacios dentro del espacio total de emisión. Siempre será un pensar en la audiencia a quienes nos dirigiremos, y cuál es el mensaje que queremos darle. Es la base de la credibilidad del emisor frente a una audiencia que le prestará el oído y confiará en sus expresiones, compartiendo o disintiendo, pero siendo influenciada por el poder del medio.
Dedicar tiempo a la producción es síntoma de responsabilidad frente al gran compromiso social de estar en un medio tan influyente que condicionará, en muchos casos, a la opinión pública, o pondrá en duda tantas veces sus valores o pensamientos. Conscientes de este proceso, los comunicadores, al producir sus programas, vivirán un proceso reflexivo en la planificación que será contemplación introspectiva para sacar desde dentro aquella riqueza a comunicar.
La comunicación católica (comunicación de valores y mensajes cristianos) no puede prescindir de esta tarea que dará sentido y coherencia a la hora de ejercer el apostolado misionero de la evangelización a través de la radio. Ese proceso vivido como contemplación introspectiva será un ponerse en sintonía con el contexto y la fuente del mensaje a comunicar, será entrar en sí para saberse comunicador que lleva dentro una misión específica, y tiene, en el contexto del mundo medial, una responsabilidad importante y un compromiso con Dios, consigo mismo y con la audiencia. Es que se enfrenta al desafío de hacer oír una voz que muchas veces resuena en medio del desierto. Contemplar es para el comunicador católico, orar. La producción radial será entonces un dejarse enseñar por el Maestro que pone sus palabras en la boca de sus enviados, un discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo bueno y lo mejor, para asegurar la excelencia del producto a emitir.
Contempla el hombre y la mujer capaces de conocer, amar y admirar. El fruto de la contemplación es el gozo de la verdad conocida, del bien comprendido y amado y de la belleza admirada. El camino de la contemplación requiere silencio, apertura al otro, escucha. A veces es un camino arduo y difícil; requiere morir, purificar, elegir. Es relación profunda y personal que plenifica nuestro ser y lo unifica en su existir cotidiano, porque es el espacio donde vivimos nuestra vocación originaria de hombres llamados a la relación y unión con Dios. Porque la comunicación nos relaciona con los demás. Y la contemplación es la comunicación en plenitud. Es un momento de contacto con algo que llevamos en lo profundo de nuestro ser.
Para el comunicador católico, la contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me mira". Esta atención a Él es renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. Sólo el misterio de Cristo, contemplado y vivido, será respuesta a los interrogantes más profundos del hombre, revelándole su propio misterio.
"La contemplación es ciencia de amor, la cual es noticia infusa de Dios amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando al alma" (San Juan de la Cruz, N 2,18,5)
Todo el importante trabajo pastoral asumido por amor de Dios y del prójimo, no puede llevarse a cabo sin una vida de contemplación, oración y estudio. Un comunicador católico debe prestar oído atento a la palabra de Dios antes de anunciarla. Escuchar la palabra divina constituye un aspecto de la contemplación. No serán sólo sus opiniones las que el comunicador verterá frente al micrófono, si no será vocero de la Palabra de Verdad que salió de los labios de Jesús y que tienen la vigencia de iluminar la vida de los hombres y las mujeres de este tiempo, dando razón de sentido a sus existencias. La verdad no puede callarse, reclama ser proclamada sobre los tejados.
El tiempo de la producción radial pues, tendrá su justo valor en la medida en que no quede limitado a una búsqueda alocada de materiales y recursos para llenar espacios, sino en una búsqueda interior de sentido para comunicar algo que valga la pena, que edifique, que construya y haga más digna la vida de aquellos que recibirán esos mensajes. Será tiempo silencioso y dialogal, de riqueza profunda para los comunicadores, que enriquecerá luego a los receptores de su comunicación. De la calidad de este momento y el interés que se ponga al producir un espacio destinado a comunicar valores, dependerá en gran parte el "éxito" de la misión recibida y la respuesta concreta a la vocación de ser enviados a anunciar el Evangelio a todas las gentes.
La tarea contemplativa de la producción radial hará cada vez más apto al comunicador para establecer esa particular situación comunicativa de hacer percibir espacios sin ser percibidos, para generar ese mundo de color que es la radio, o lo que llamamos la "magia" cautivante de la radio. Sin este tiempo generoso, el comunicador queda vacío, no tanto de palabras, sino de contenidos. Así aprovechará mucho más la riqueza expresiva de la radio y sus extraordinarias posibilidades de explotación.
El silencio interior del que sabe escuchar es el seno donde germina y brota al exterior la palabra, si no quiere ser vacía. Cada acontecimiento, cada mensaje, cada noticia, cada tema musical, requerirán una reflexión y una mirada a la luz de la Verdad para saber en qué momento y de qué modo será óptima su emisión por radio. Será entonces la sabiduría conseguida en la contemplación orante, la que hará eficaz la palabra humana, que, llena de contenido por la palabra divina, traspasará el medio, para hacer efectiva esa comunicación viva y vivificante, enriquecida y enriquecedora, que haga bien y más bueno al receptor que la reciba y acoja.
Hoy vivimos una devaluación de la palabra. Esto se debe en mayor medida a su facilidad, a su inflación creciente. Manipulamos con ella y la convertimos en un mero nominalismo. Por ello, podemos afirmar que sólo puede dialogar el que sabe hacer silencio. Es que el silencio nos enseña a pensar antes de hablar, y nos dispone a la escucha necesaria para dialogar y llegar a un acuerdo enriquecedor con el interlocutor.
En un medio sonoro por excelencia como es la radio, hablar de silencio puede parecer incongruente. Sin embargo, el silencio forma parte del lenguaje radiofónico: es capaz de expresar, narrar, describir... El silencio aparece en la radio cuando se produce una ausencia total de sonido, es decir, cuando no hay voz, ni música, ni efectos sonoros, aunque su verdadero sentido sólo podrá ser captado a partir de la relación que la ausencia de sonido guarde con los elementos que la precedan o con aquellos otros que la sigan.
Así, en la radio existen numerosas situaciones en las que podemos hacer uso del silencio, como por ejemplo para representar el estado emocional de una persona que decide dejar de intervenir en un diálogo; o para estimular la reflexión, cuando, ante un tema controvertido, el comunicador realiza un silencio convidando a los oyentes a pensar sobre ello. Es posible valorar este espacio constructivo en la radio cuando se vivió la experiencia personal de la riqueza del silencio y se ha crecido en él.
El éxito de la tarea misionera en la radio, la eficacia de la evangelización a través de un medio de comunicación tan cercano y persuasivo, comienza con ese tiempo de preparación, con ese espacio reflexivo personal y grupal, con este tiempo de silencio y oración, que es la producción radiofónica. Es el espacio contemplativo del comunicador, que saca de lo suyo lo bueno y lo malo, seleccionando y administrando dones y talentos para ponerse al servicio de la audiencia. Así comunica con la conciencia de estar frente a oyentes cada día más exigentes y siempre necesitados de una palabra profunda, sabia, convencida, verdadera y cálida. Palabra que muestre nuevos horizontes, y enseñe el verdadero sentido de la vida, esa vida que se juega en medio de una realidad compleja, y que exige ser observada con ojos nuevos, asumiendo los desafíos del presente con esperanza y compromisos concretos para hacerla nueva.-
Pbro. Walter Moschetti
Delegado Episcopal para las Comunicaciones Sociales del Arzobispado de Rosario, Miembro de la Red de Teología y Espiritualidad del Comunicador de OCLACC